Fernando Siri, 260.000 kilómetros de amor por el beach volley

by Sergio Lopez
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Mar del Plata, 1990. Fernando Siri, todavía prometedor receptor punta en las inferiores de Boca Juniors, veraneaba en las arenas de la costa atlántica, en su descanso de tanto salto en el piso xeneize. En las arenas de “La Feliz” se desarrollaba un torneo del Circuito Sudamericano de beach volley y ahí “Pelo”, el mayor de dos hermanos, se enganchó en una actividad paralela con un amigo que descansaba junto a él.

Ese pibe de Barracas tenía referencias en sus compañeros de Boca Juan Pablo Bonora y Julián Lozowy, y hoy reconoce que todo lo que sabe se lo debe a su “maestro” Carlos “Charly” Brenlla, hoy en España. “Fue mi técnico en Boca en inferiores y gracias a él hoy puedo seguir jugando. El día que se fue a España lloramos juntos”, recuerda.

Sin embargo, en ese 1990 Fernando Siri tuvo un flechazo… con la arena. Dicen que quien hunde sus pies allí se enamora para siempre.

En el 2001, la crisis argentina que expulsó a tanta gente también afectó el rubro computación, en el que la familia Siri se especializaba. Por eso marcharon todos (papá, mamá y Damián, su hermano) rumbo a Estados Unidos. Se instalaron en Miami. La decisión, allá, fue incursionar en el Circuito AVP de los Estados Unidos, el más tradicional del mundo, la cuna de la especialidad.

Con Damián, 3 años menor, entendieron que la arena era terreno fértil para desarrollarse y entrenar. Pero sobre todo, para estar más juntos. Para unirse. Damián, otro cultor del beach volley real en la Argentina, se enamoró de Miami, tanto que hoy sus compañeros de la arena le dicen el “Ricky Fort” del Circuito. Él, un verdadero personaje, escribió en su biografía en la página de la FIVB (Federación Internacional) que su hobbie es… “Limpiar pingüinos empetrolados”.

Durante la estadía de los hermanos Siri, el Circuito AVP contaba con fenómenos del tamaño de Todd Rogers (junto a Phil Dalhausser campeón olímpico en Beijing 2008), Eric Fonoimoana (campeón olímpico en Sydney 2000 con Dain Blanton) o Kevin Wong, entre otros. “Jugamos alguna qualy… Y una vez ganamos un partido”, cuenta orgulloso “Pelo”, su apodo desde la década de los 90, cuando fue uno de los pioneros de la moda del pelo largo.

El 2004 los encontró obligadamente de regreso en la Argentina para empezar de nuevo. Y la pasión continuó. Fue cuando los hermanos se anotaron juntos en su primera qualy en Mar del Plata, la ciudad del flechazo. Y desde entonces, hasta hoy, el amor al beach volley es incondicional. Diez años después, en Las Grutas 2014, fue reconocido por su inigualable travesía voleibolera por la Federación del Voleibol Argentino. Una especie de prócer.

Cuestiones del almanaque… Mientras él y Damián eran reconocidos por sus 10 años sin descanso en las rutas del beach volley nacional, en Las Grutas, también, los jóvenes Santiago Aulisi y Leandro Aveiro ganaban su primer torneo nacional, cuando todavía ni soñaban la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de la Juventud en Nanjing, que llegaría siete meses después. Eso es trayectoria. Eso es transitar generaciones.

Los números de una carrera ejemplar, la de Fernando Diego, son para el impacto. Desde 2004 se jugaron, en un cálculo muy aproximado, 114 fechas del Circuito Argentino. ¿Y Fernando? Fernando estuvo en todas. ¿En todas? “Sí, Estuve en todas. No falté nunca a una fecha de Circuito Argentino. Desgarrado, engripado, más joven, más grande, soltero, en pareja, en verano, en invierno”. Y lo mejor de todo es que… Es cierto.

Jugó torneos sudamericanos. Y hasta un torneo del Circuito Mundial, en la jerga un World Tour, o mejor dicho un “wortur”, en Vitoria, Brasil, en el 2006. Junto a Damián, claro. La dupla sanguínea, venal, familiar, duró 11 años. Otro lujo sin precedentes en el Circuito Argentino. “Fue muy difícil separarnos, pero lo necesitábamos por nuestro juego y porque ya afectaba nuestra relación fuera de la cancha. No quiere decir que no volvamos a jugar juntos alguna vez”. Suena a sueño, aunque parezca un juego de palabras. Quizás para el final de su carrera.

Hoy, con 41 años camino a mayo para sus 42, puede darse el lujo de hacer un balance monstruoso, épico, único en el país. Si hacemos un promedio de 1000 kilómetros recorridos por torneo, podríamos redondear algo así como los 260.000 mil kilómetros transitados sólo para jugar el Circuito Argentino. “Eso, sin contar Circuito Uruguayo, Circuito Entrerriano, torneos en Rosario, en Córdoba. La verdad, ahí se pierde la cuenta”, dice.

“El partido que más recuerdo fue en el Circuito Argentino 2011, en el Parque de los Niños en Capital Federal. Fue un doble 22-20 contra Pablo Suárez y Santiago Echegaray, dos fenómenos de la especialidad que dominaban el torneo por entonces. Estuvimos tan cerca, y a la vez tan lejos”, cuenta. Alguna vez fueron conocidos como los “Cucos de la Qualy”, cuando aquéllos torneos de entrada lo peleaban 8 duplas de enorme nivel nacional. “Eran un torneo aparte, y casi siempre entrábamos con Damián al cuadro principal”, recuerda Fernando.

Referencias en la arena le sobran. Mariano Baracetti, campeón del mundo, José Luis el “Indio” Barrionuevo, quien a sus 57 años es otro prócer que mezcló perfectamente el trabajo en un banco y una pasión indestructible por la arena. También Adrián Blanco, otro apasionado, figura entre sus ejemplos.

Ahora, “pronto” a retirarse según asume, Fernando Siri quiere mantener su romance: “Sería muy lindo continuar ligado a esta pasión como formador y entrenador de jugadores juveniles”. Y claro, es que el beach volley le dio mucho en su vida. Viajó, conoció cientos de personas. Y el amor en una jugadora, Lucía (la conoció en Las Grutas y 8 meses después ya vivía junto a ella), con quien hoy comparte la locura. “Esto es mucho más que un deporte, es una pasión, un compromiso, un estilo de vida, una actitud, es entrega, darlo todo, jugar con el corazón”.

Fernando es un ejemplo. Él ya ganó. Y mientras disfruta su vida en la arena, recorriendo el país bajo una pelota, suelta la frase que lo empuja todos los días: “El beach volley es la piedra donde afilo mis límites”.

VIDEO (ESPN 2006)

Martín De Rose
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