Camila Hiruela, con la tenacidad como bien de familia

by Sergio Lopez
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El último fin de semana de Las Panteras en el Grand Prix, días atrás, la tuvo a ella como una de las principales destacadas. Camila Hiruela enamoró a una buena parte del público, que destacó su vóley refrescante, a pura sonrisa, potencia, inteligencia y, sobre todo, actitud. Esta última cualidad no es aislada en la jujeña, sino que forma parte de un linaje con una gran historia.

No es casual el montaje de la foto principal. Es que Camila, antes de ser la nueva aparición en el primer equipo de la Selección Argentina Femenina, fue parte de las Selecciones de base en indoor, jugó en el máximo nivel de inferiores también en beach volley (por ejemplo, en los Juegos Olímpicos de la Juventud Nanjing 2014) y ayudó a conducir a River a la serie final de la última División de Honor Metropolitana. Pero también, y he aquí la razón de la imagen, es hija de José, que fue quien le trasladó la resiliencia necesaria para recorrer el camino sin la ventaja de un biotipo ideal.

Cuentan los afectos que José fue gran deportista desde muy chico, pasando por muchas disciplinas pero encontrando en el vóley la vía para representar a su Jujuy a nivel nacional. Allá por 1985, recaló en Córdoba para estudiar bioquímica y el vóley siguió presente, inclusive con alguna experiencia en Liga nacional, hasta el regreso a Jujuy en 1992 y, cinco años después, la bisagra que significó la construcción del gimnasio de la Sociedad Española, el club que dirige y en el que se formó su hija. Esa misma Camila que, en ese 1997 en que nacía un nuevo sueño de vóley, justamente llegaba al mundo.

De hecho, Camila confiesa: “Siempre nos reímos al recordar que yo ya fui a una Copa Argentina a los 4 o 5 años. Estuve dos semanas en Chapadmalal. A esa edad iba con un globo a pedirle a mi bisabuela de jugar al vóley. Era respirar vóley todo el tiempo”. Cerca de sus 6 años, José se fue a Italia y ella se quedó entrenando en la Sociedad Española, pero los chicos fueron emigrando. Hubo que empezar de cero con el retorno del padre/entrenador. “Estábamos los dos solos. Hoy, al ver a todos los chicos que juegan en el club, me sorprendo y emociono a la vez”, recuerda la punta receptora.

Sin embargo, no fue esa reconstrucción lo que sacó a relucir en la familia el gen del sacrificio y el temperamento. De regreso en Argentina y como parte de esta fiebre por los deportes, José aprendió a volar en parapente, disciplina que llegó a dominar con maestría. Pero, como Ícaro, voló demasiado. La diferencia con el mito es que no fue el sol lo que derribó sus alas, sino un cambio en los vientos, en enero de 2009. Se desplomó y sufrió un gran daño en la médula. Tras una odisea de hospitales y afines, los médicos pudieron estabilizarle la columna, pero le vaticinaron que quedaría en silla de ruedas.

En ese entonces, Sociedad Española ya contaba con un buen número de chicos, incluida Camila en Sub 12. Ésa fue la época que los marcó a fuego: él eligió al vóley como motor de su recuperación y dejó salir todo su lado obstinado y testarudo, para meterle al gimnasio y empezar a pararse aun sin sentir las piernas; ella fue testigo de cómo su papá torcía los pronósticos, cómo llegaba en silla de ruedas al club y cómo mejoraba mientras aprendía a sacar en salto, su marca registrada con la cual empezaba a hacerse notar a nivel nacional.

Sonríe José, sin saber (o a lo mejor lo intuye) que la nota hablará tanto de él como de ella: “Tiene que ver en su construcción que vivió muy de cerca todo el tema mío del accidente. Me vio entrenarla en silla de ruedas y ahí comprendió que se puede, que con la lucha se conquistan universos. Lejos de haberla perjudicado, le forjó el carácter”. Y a él también lo formó. Sacó a relucir esfuerzo, tenacidad y paciencia para pasar de la silla al andador, del andador a las muletas y de las muletas a los bastones, en una evolución consumada sin el permiso de los médicos.

“Siempre tengo presente cómo enfrenta su vida después del accidente”, confirma Camila. “Se levanta cada día con ganas de mejorar un poquito, ante las mil adversidades que se le fueron presentando, siempre con la mejor predisposición y determinación. En todo lo que soy hoy, como persona y como jugadora, tiene que ver él.”

¿Cómo la analiza él a ella? “El origen de la palabra sacrificio la define. Hacer las cosas de forma sagrada, que es ni más ni menos que con pasión. Y también, siempre le digo que lo que Jujuy representa para Buenos Aires es lo que Argentina representa para el resto del mundo. Ella entendió ese lugar y lo supo manejar como jugadora; toma esa adversidad como una fortaleza y por eso juega con naturalidad en la cancha en esas condiciones, con inteligencia y con alegría.”

“Para mí, él es todo”, remata Camila, con la misma potencia de sus balazos por 4, y la suma a mamá Carola como baluarte, para terminar de dimensionar el peso de lo familiar: “Los dos me apoyan en cada paso y locura, inclusive con un gran apoyo económico para que yo esté acá. Las mujeres deportistas de elite siempre entrenamos como profesionales, pero lo que se espera de nosotras no es acorde al apoyo que tenemos. Hoy se ha mejorado mucho, pero hay mucho más por hacer y es una lucha que me ayudan a llevar cada día. Por eso, en cada paso que doy busco dejar algo de rastro, también para facilitar, ojalá, que más chicas vayan por el camino que yo recorrí.”

Sergio López
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